sábado, 19 de febrero de 2011

Mortal

Cierro la puerta de mi casa, hecho la llave dos veces, llamo el ascensor, espero, abro la puerta del ascensor, la cierro, le doy a la planta baja, vuelvo a esperar, abro de nuevo la puerta del ascensor, abro la puerta del portal, ando como unos diez metros hasta el bar de la esquina, me siento en la mesa de fuera porque ahora ya no puedo fumar dentro, pido una cerveza y vuelvo a esperar hasta que me la trae el chaval.

Eso hago todas las mañanas, no suelo pensarlo a menudo, no soy de esas personas reflexivas que se pone a analizar cada puto paso que doy durante todo el día como si el sol fuera menos importante que mi ombligo, pero hoy de repente me ha venido esa retalía a la mente, como una puñetera cancioncilla pegadiza o una palabra que se pone de moda. No es que no esté conforme con mi vida, tengo todo aquello a lo que todo el mundo aspira, sin complicaciones mentales ni alegorías a la felicidad, tengo un buen coche, una buena mujer, un buen empleo y podría estar diciendo bastantes frases compuestas de buen y sustantivo pero no me da la gana y vuelvo a repetir y a matizar lo dicho antes no es que esté conforme con mi vida, es que estoy hasta los cojones. Una vez alguien me dijo de joven que el noventa porciento de nuestro tiempo diario se basa en actos que irremediablemente se vuelven rutinarios, no debíamostar esperando a los otros acontecimientos que nos sacaban de esa urna autoimpuesta y determinante, sino que debíamos de disfrutar realmente de aquellos actos rutinarios, que esa era la clave de la felicidad. Ese mini discurso de estar por casa se me antojó revelador y emocionante, se me antojó hasta original, e hice de ello mi mantra durante unos años pero ahora, cumplida una edad en la que ya cualquier mindundi poeta de salón no me inspira tanto, me parece una bobada, una poyada con la que encandilar a cualquier jovencita adicta a la palabrería barata y comprensible con la que disfrutar de una bonita noche en cualquier motel de carretera.

Me estaré haciendo viejo, mi mujer me lo repite una media de cinco veces al mes y supongo que tendrá razón, me estaré haciendo viejo... Incluso siendo viejo me sigue sonando esa palabra a muerte y decepción, me estaré haciendo viejo para mí significa me estaré automuriendo, me estaré decepcionando ahora que veo el final con la vida, estaré volviéndome viejo quizás. Las polladas que hablaban de la vida y de la existencia, del camino del aprendizaje y demás ideologías de salón de te ahora me parecen absurdas, vanales y tremendamente vacías, me recuerdan ahora a ese cisne de cristal de Svarosky que tanto le gusta a mi mujer, costaba un dineral tenerlo, pero era bonito, trasparente, silencioso y no daba más que hacer que pasarle el trapo de vez en cuando. Esas ideas ahora son como ese cisne, custa mucho seguirlas y adoptarlas como doctrina, son bonitas la gente que cree que piensa las admira, pero son trasparentes, no tienen más trasfondo que aquel que da el silencio de después de oír una frase del estilo de vive amando la vida.

Será eso, que me estaré haciendo viejo, que me estaré desencantando de la vida, que estoy ya harto de que me de por culo todos los días, que estaré harto de no querer lo que tengo porque no está bien visto quererlo, que estoy harto de las polladas y de las no polladas, porque veo que es una farsa la farsa y lo que no creemos que es farsa, que hay estereotipos hallá donde mires, que hay clichés incluso en aquello que reivindica la vida fuera de la norma, todo eso para mí se resume en que estoy harto de polladas. Supongo que cuando te haces viejo aparecen estas ideas, porque estás hasta los cojones, es como el cuento de la zorra que no podía alcanzar las uvas, si no puedes alcanzarlas es que no estaban maduras. Los que nos hacemos viejos, supongo, que como no podemos ya alcanzar la vida porque se nos escapa ya de las manos, de los ojos, de los labios y de cada puto poro de nuestro cuerpo, decimos que la vida simplemente son polladas acumulativas, como el sumatorio en la estadística.

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