domingo, 13 de mayo de 2012

Que pasaría


Qué pasaría si nos dejásemos llevar,
Como la arena se deja por el mar acariciar.
Qué pasaría si hablasen las canciones.

Que pasaría, que pasaría, que pasaría.
Si  no hubiese vencidos,
Ni cuentos con finales amargos.
Que pasaría, que pasaría, que pasaría.

Que pasaría, si no existiesen las heridas,
Qué pasaría si no temiéramos a nuestras vidas,
Si tan solo pudiésemos dejar de perseguir sombras.

Que pasaría, que pasaría, que pasaría,
Si los deseos a veces no fuesen tan egoístas,
Si no existiesen mentiras, si no existiesen, si no existiesen.

Dejaríamos de intentar algún día,
Dejaríamos de luchar algún día,
Dejaríamos de nadar, algún día.

Qué pasaría si no hubiese condicional,
Sin misterios,
Sin nada más.

sábado, 5 de mayo de 2012

A la boloñesa. Y olé.


"Y a falta de palabras, me mordí la voz"
(La sombra del viento, Carlos Ruíz Zafón)

No se si será por el ir y devenir de mi constante actividad mental, la cual se somete a los incesantes quebraderos de cabeza que el jodidamente bienaventurado, para ninguno, sistema a la boloñesa me acarrea, pero con demasiada frecuencia observo la anterior y maravillosamente bien redactada, frase a mi alrededor personificándose en ideas, sentimientos y bueno, valga la redundancia en personas.

...Y a falta de palabras, me mordí la voz....

Mi nivel de asimilación de injusticias ultimamente se está disparando estrepitosamente señores, día a día salga el sol por donde salga una nueva noticia, de muy diversos carárcteres, asola alla por donde vaya cualquier razocinio humanamente lógico.

Y que veo allá a donde mire, resignación, SI RESIGNACIÓN. Hasta la veo en aquellos que protestan, la veo en las miradas conformadas, en las esperanzas mutiladas, en los sueños que se abandonan con la almohada. Y nos seguimos mordiendo la voz,nos mordemos una voz que ya no tiene alma, ni pasión ni ganas de hacerse escuchar, ni mierdas.

Porque últimamente nos limitamos a sobrevivir, a pensar por la noche que a mí no me toque, cruzar los dedos o arrebatarle la pata a un pobre conejo, todo cuenta en este sistema opositario en el que la vida se está convirtiéndo, por lo menos no está congelado, bueno no lo diré muy alto.

Como leí en un artículo de Arturo Pérez Reverte:

"...Cambien la fiesta a bordo, los pasajeros de lujo con sus copas de champaña, los de tercera clase soñando con la vida mejor que podía aguardarles en América, por todos nosotros, nuestros créditos fáciles sobre sueldos que no podían sostenerlos, nuestro derroche, nuestra estupidez suicida, nuestro mirar hacia otro lado a las primeras señales de hielo en el mar. Metan todo eso en un ordenador, oigan. Denle a la tecla enter y saldrá nuestra foto exacta, saludando sonrientes desde la cubierta del barco insumergible, encantados de habernos conocido. Felices de estar ahí. Observen sobre todo nuestra cara de idiotas. Cien años ya, desde el Titanic, y no hemos aprendido nada".

Ciertamente cierto, no hemos aprendido nada, pero nada de nada.

domingo, 29 de abril de 2012

Un poquito de un capítulo de algo que ha salido


Y de repente ella apareció y rompió todos mis esquemas, mi idea de la vida, mi mundo entero se trastocó en el momento en el que ella levantó la mirada y me miró con esos grandes ojos verdes. Mi nombre, mi identidad, todo se había borrado de un plumazo, como si ya nada fuese conmigo, como si mi cuerpo fuese un fantasma, yo me convertí en ese momento en un ser incorpóreo, porque ya nada en esta vida tenía sentido si esos grandes ojos verdes no estaban conmigo.

Puede parecer otro estúpido pensamiento de enamorado, otro banal y amontonable episodio romántico de novela barata, pero sabe, cuando un alma está sola tanto tiempo, cuando ya no eres capaz de sentir nada porque lo has sentido todo, cuando la miseria de la realidad te carcome poco a poco por dentro, cuando eres un gusano más que compite por un pedazo de carne podrida, encontrar en un mar donde te ahogas una tabla de salvación como esa, eso no tiene nombre, ni definición imaginable.

Estábamos en una librería del centro, una pequeña y escondida, chapada un poco a la antigua, yo entraba en busca de algún libro de fotografía que me inspirara para mi nuevo proyecto, uno muy personal, una caserona relativamente céntrica del siglo XIX con un precioso jardín que había que restaurar junto con todo lo demás. Yo no sabía nada de jardines, ni de césped y de flores aún menos, mi experiencia más directa con todo eso fue el parque de al lado de mi casa y era un barrizal con cuatro árboles con principios de anorexia.

 Ella estaba al lado de la sección de fotografía, en la sección de ficción, tenía entre las manos una edición de bolsillo, poco elegante pero práctica de Cuentos de Edgar Allan Poe. Estaba de espaldas a mí, ojeándolo por encima, cuando al dejarlo se le cayeron todos los libros de la estantería, como una manada de caballos desbocados. Toda la gente la miraba y aunque la tenía de espaldas, algo en su postura, o en sus manos, no lo sé,  me hizo pensar que estaba completamente aterrorizada. Algo en mí se movió en ese instante, algo que me hizo ir asta ella y recoger y colocar todos los libros caídos.

Después de recogerlos todos, seguía inmóvil, como una estatua, con la cabeza agachada y el pelo tapándole la cara, le cogí el libro que tenía en las manos, lo compré y la saqué de la pequeña librería. Entonces, fuera ya cuando se sintió segura, levantó su cabeza hacia mí y me miró con esos grandes  ojos verdes y esa vez fue a mí a quien se le cayó el mundo de las manos, el mundo o el libro que había comprado en realidad.

Empezamos un diálogo incoherente, uno de esos de Manual de la Cortesía volumen I, uno de esos que empiezas con un vecino al que le tienes cierta simpatía o que te ha visto crecer, uno de esos diálogos que realizas sin pensar, como un autómata, siempre dije que cuando los robots comenzaran a andar y hablar, le insertarían todos esos diálogos del Manual de la Cortesía, empezarían con los más famosos, como los que hablan del tiempo, o de los niños/jóvenes de hoy día, haga una prueba y cuente cuantos diálogos sacados de ese manual efectúa a lo largo del día, se sorprenderá el poco tiempo que desperdicia pensado por sí misma, actuando como un ser humano intentando conocer a los demás, intentando sentir un poco, cada vez más pienso que no hará falta que los robots anden, piensen y hablen, la gente tiene miedo al concepto de Matrix, ese en el que las máquinas se harán con todo el control, en cierto sentido no hará falta, nosotros mismos, a cada paso que damos en la evolución, nos convertimos en máquinas.

En cierto sentido las admiramos, para que autoengañarnos, ellas están exentas de sentimientos, de ataduras mentales, de responsabilidad, por eso cada vez más recurrimos al Manual de la Cortesía, con sus diferentes volúmenes.

Al fin, cuando ya parecía que mi mundo volvería a la normalidad, a su deprimente normalidad, cuando parecía que el diálogo cortés estaba en las últimas, cuando parecía que la única salida sería una despedida sobria y elegante, ella antes frágil dama en apuros, me dio una estocada en el orgullo, invitándome a tomar un café en agradecimiento por el rescate anterior.

Andamos los cincuenta metros a los que quedaba la cafetería en un cómodo silencio, después de aquella desviación del camino de la elegancia controlada, el silencio que se suele tener solo  con los desconocidos cercanos no parecía inverosímil. Se oían el replicar de sus tacones, el murmullo de alguna paloma y el viento entre los árboles del parque de enfrente, era una bonita cancioncilla urbana. Llegamos hasta la cafetería y escogimos una mesa alejada, una que tenía dos sillas y un cuadro en la pared, yo pedí un café con leche y ella un capuchino.

 De repente me invadió por un instante, digo por un instante, ese sentimiento de vergüenza que surge del contacto visual directo con alguien a quien no conoces, es como cuando estás en el autobús, cualquier transporte público valdría para el ejemplo, ahí te encuentras tú,  dejando divagar la mente y la vista por el paisaje metálico, pensando en diversos temas e incluso algunos privilegiados dejando la mente en blanco. Estás tranquilamente recorriendo horizontal y verticalmente con la mirada los asientos, cuando surge de repente, el contacto visual con otra persona que hace exactamente lo mismo que tú. Es un sentimiento extraño, sientes como si lo que habías estado haciendo fuese algo malo y siempre he pensado, aunque nunca he podido detener o cambiar mi disposición a sentir dicho estado, que si nos parásemos a analizar el sentimiento, caeríamos en una sensación de inmenso alivio.

 Hay más personas que divagan y recrean la vista en el paisaje metálico, hay alguien más que reposa los ojos en los asientos, hay alguien más como nosotros, hay alguien más que siente, por un instante, lo mismo que nosotros, si lo pensáramos detenidamente, en esos instantes compartimos algo de nosotros,  aunque la otra persona se encuentre a océanos de distancia mental de tu pequeño ser, en ese momento es como si fuera tú.

Decía que ese estado comenzaba a invadirme, cuando de repente ella sonrió, era ese tipo de sonrisa que anima a conversar, más que animar, motiva. Y un remolino de pensamientos arremolinados en mi boca querían salir, formar parte de algo memorable, de algo original e inolvidable. Pero como no salían nada más que tristes y decrépitos balbuceos, preferí recurrir a los anteriores volúmenes comentados.