Y de repente ella apareció y rompió todos mis esquemas, mi idea de la
vida, mi mundo entero se trastocó en el momento en el que ella levantó la
mirada y me miró con esos grandes ojos verdes. Mi nombre, mi identidad, todo se
había borrado de un plumazo, como si ya nada fuese conmigo, como si mi cuerpo
fuese un fantasma, yo me convertí en ese momento en un ser incorpóreo, porque
ya nada en esta vida tenía sentido si esos grandes ojos verdes no estaban
conmigo.
Puede parecer otro estúpido pensamiento de enamorado, otro banal y
amontonable episodio romántico de novela barata, pero sabe, cuando un alma está
sola tanto tiempo, cuando ya no eres capaz de sentir nada porque lo has sentido
todo, cuando la miseria de la realidad te carcome poco a poco por dentro, cuando
eres un gusano más que compite por un pedazo de carne podrida, encontrar en un
mar donde te ahogas una tabla de salvación como esa, eso no tiene nombre, ni
definición imaginable.
Estábamos en una librería del centro, una pequeña y escondida, chapada un
poco a la antigua, yo entraba en busca de algún libro de fotografía que me inspirara
para mi nuevo proyecto, uno muy personal, una caserona relativamente céntrica
del siglo XIX con un precioso jardín que había que restaurar junto con todo lo
demás. Yo no sabía nada de jardines, ni de césped y de flores aún menos, mi
experiencia más directa con todo eso fue el parque de al lado de mi casa y era
un barrizal con cuatro árboles con principios de anorexia.
Ella estaba al lado de la sección
de fotografía, en la sección de ficción, tenía entre las manos una edición de
bolsillo, poco elegante pero práctica de Cuentos de Edgar Allan Poe. Estaba de
espaldas a mí, ojeándolo por encima, cuando al dejarlo se le cayeron todos los
libros de la estantería, como una manada de caballos desbocados. Toda la gente
la miraba y aunque la tenía de espaldas, algo en su postura, o en sus manos, no
lo sé, me hizo pensar que estaba
completamente aterrorizada. Algo en mí se movió en ese instante, algo que me
hizo ir asta ella y recoger y colocar todos los libros caídos.
Después de recogerlos todos, seguía inmóvil, como una estatua, con la
cabeza agachada y el pelo tapándole la cara, le cogí el libro que tenía en las
manos, lo compré y la saqué de la pequeña librería. Entonces, fuera ya cuando
se sintió segura, levantó su cabeza hacia mí y me miró con esos grandes ojos verdes y esa vez fue a mí a quien se le
cayó el mundo de las manos, el mundo o el libro que había comprado en realidad.
Empezamos un diálogo incoherente, uno de esos de Manual de la Cortesía
volumen I, uno de esos que empiezas con un vecino al que le tienes cierta
simpatía o que te ha visto crecer, uno de esos diálogos que realizas sin
pensar, como un autómata, siempre dije que cuando los robots comenzaran a andar
y hablar, le insertarían todos esos diálogos del Manual de la Cortesía,
empezarían con los más famosos, como los que hablan del tiempo, o de los
niños/jóvenes de hoy día, haga una prueba y cuente cuantos diálogos sacados de
ese manual efectúa a lo largo del día, se sorprenderá el poco tiempo que
desperdicia pensado por sí misma, actuando como un ser humano intentando
conocer a los demás, intentando sentir un poco, cada vez más pienso que no hará
falta que los robots anden, piensen y hablen, la gente tiene miedo al concepto
de Matrix, ese en el que las máquinas se harán con todo el control, en cierto
sentido no hará falta, nosotros mismos, a cada paso que damos en la evolución,
nos convertimos en máquinas.
En cierto sentido las admiramos, para que autoengañarnos, ellas están
exentas de sentimientos, de ataduras mentales, de responsabilidad, por eso cada
vez más recurrimos al Manual de la Cortesía, con sus diferentes volúmenes.
Al fin, cuando ya parecía que mi mundo volvería a la normalidad, a su
deprimente normalidad, cuando parecía que el diálogo cortés estaba en las últimas,
cuando parecía que la única salida sería una despedida sobria y elegante, ella
antes frágil dama en apuros, me dio una estocada en el orgullo, invitándome a
tomar un café en agradecimiento por el rescate anterior.
Andamos los cincuenta metros a los que quedaba la cafetería en un cómodo
silencio, después de aquella desviación del camino de la elegancia controlada,
el silencio que se suele tener solo con
los desconocidos cercanos no parecía inverosímil. Se oían el replicar de sus
tacones, el murmullo de alguna paloma y el viento entre los árboles del parque
de enfrente, era una bonita cancioncilla urbana. Llegamos hasta la cafetería y
escogimos una mesa alejada, una que tenía dos sillas y un cuadro en la pared,
yo pedí un café con leche y ella un capuchino.
De repente me invadió por un
instante, digo por un instante, ese sentimiento de vergüenza que surge del
contacto visual directo con alguien a quien no conoces, es como cuando estás en
el autobús, cualquier transporte público valdría para el ejemplo, ahí te
encuentras tú, dejando divagar la mente
y la vista por el paisaje metálico, pensando en diversos temas e incluso
algunos privilegiados dejando la mente en blanco. Estás tranquilamente
recorriendo horizontal y verticalmente con la mirada los asientos, cuando surge
de repente, el contacto visual con otra persona que hace exactamente lo mismo
que tú. Es un sentimiento extraño, sientes como si lo que habías estado
haciendo fuese algo malo y siempre he pensado, aunque nunca he podido detener o
cambiar mi disposición a sentir dicho estado, que si nos parásemos a analizar
el sentimiento, caeríamos en una sensación de inmenso alivio.
Hay más personas que divagan y
recrean la vista en el paisaje metálico, hay alguien más que reposa los ojos en
los asientos, hay alguien más como nosotros, hay alguien más que siente, por un
instante, lo mismo que nosotros, si lo pensáramos detenidamente, en esos
instantes compartimos algo de nosotros, aunque la otra persona se encuentre a océanos
de distancia mental de tu pequeño ser, en ese momento es como si fuera tú.
Decía que ese estado comenzaba a invadirme, cuando de repente ella
sonrió, era ese tipo de sonrisa que anima a conversar, más que animar, motiva. Y
un remolino de pensamientos arremolinados en mi boca querían salir, formar
parte de algo memorable, de algo original e inolvidable. Pero como no salían
nada más que tristes y decrépitos balbuceos, preferí recurrir a los anteriores
volúmenes comentados.